De cómo anular el tiempo

Cómo bien decía mi abuela en algún punto perdido del tiempo: «no hay mal que cien años dure» y mi madre por detrás añadía «… ni cuerpo que lo aguante».

 

Y eso me he repetido estos días donde el tiempo se distiende, la garganta pica y el H2O de la nave aumenta su caudal. Hay momentos muy duros pero en el espacio hay que tener rotos para todos los descosidos, es por ello que fui a despedirme del otoño visitando a mi querida tía, la tierna bruja de la Espiga en el interior de los bosques.

 

«¿Y eso en qué planeta está, listilla?»

 

Pues mira eso está muy dentro de la galaxia a mano derecha entre los límites del abismo.

Es un lugar de paso lleno de calor y bondad.

Mi tía, la brujita de la Espiga, tiene muchos dones y virtudes, entre ellos, cuando la atmósfera nos acompaña, destaca la habilidad de anular el tiempo. El tiempo, como ya hemos hablado, es algo que un día un humano se inventó. Mi tía es capaz de suprimir esa idea de tiempo y viajar en un solo espacio por mil historias vividas en un instante efímero. Y es genial porque lo hace mientras llueve y los cielos se tornan grises, llorando.

 

Gracias a ella pasé por ciudades en épocas doradas del Planeta Natal… no podía saber en qué ciudad estaba, o ni siquiera si la había llegado a visitar, pero sí que podía reconocer esa esencia, el olor, lo que me hacían sentir… todos aquellos matices que son brillantes y confortables. Aquellas notas estaban cargadas de cariño, observadas desde fuera como viajeras del tiempo y observadoras de almas que la vida en el espacio nos ha obligado a ser.

Ella tiene el poder de rellenar con crema pastelera de limón el vacío de toda una galaxia. 

Visitar a mi tía en los bosques ha sido una preciosa despedida del otoño. No sé si estoy lista para afrontar el invierno, pero al menos sé que voy bien acompañada por algunos seres del bosque, universo a través.

Caroline y yo estamos en la búsqueda de la próxima ruta espacial: Dos Cero Dos Cero… no sabemos si existe siquiera. Lo que sí sabemos es que vamos a seguir navegando y que queremos reírnos hasta que la última estrella que caze nuestra mirada tiemble en el fondo del cosmos.

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No sabes la magia que puede tener un café y un hojaldre de limón en una compañía exquisita, al son de las últimas lluvias otoñales.

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